Humanizando la comida


 Una de las cosas que nos enseñan los cuentos clásicos es a aceptar la realidad sin maquillaje emocional. En la vida se nace y en la vida se muere. Están los que dan la vida y están los que la quitan. El Lobo se comió a Caperucita y a la Abuelita, y al final se ahoga en el río. Hansel y Gretel fueron abandonados a su suerte en el bosque por sus padres. El Soldadito de Plomo muere abrasado en la hoguera. El Flautista de Hamelin se lleva a los hijos de los aldeanos y nunca más se vuelve a saber de ellos. Los Ogros comían niños, y los protagonistas, al final de los cuentos, eran felices y comían perdices.

Sin embargo, en los cuentos de ahora, en los dibujos animados, en las películas Disney,... los peces ya no se pescan, sino que hablan, piensan y sienten como cualquier persona ("Bob Esponja", "La Sirenita", "Buscando a Nemo"). Las granjas ya no son criaderos de animales para proporcionarnos alimento ("La vaca Lola", "el pollito Pío", películas como "Rebelión en la Granja" o "Babe, el cerdito valiente"). Incluso hasta los caracoles, un manjar tan degustado en países como España, Francia e Italia, ya no se cocinan en salsas especiadas sino que corren como coches de carrera (película "Turbo"). Y es que tirando del hilo del ingenio, si queremos entretener a un niño manteniendo toda su atención, basta con narrarle una historia situando como protagonista a un animal con cualidades humanas. Y, claro, si tenemos en cuenta la cantidad de material de este tipo que nuestros hijos consumen al día en forma de ilustraciones, series, películas, canciones, ya sea en casa o en el cole, pues, está llegando un momento en el que la vida de cualquier ser vivo vale más o igual que la de un ser humano, ya hablemos de un cerdo o de una oruga.

No quiero parecer frío e insensible pero la realidad es que la especie humana, como eslabón más alto de la pirámide evolutiva, se alimenta y sobrevive gracias a las demás especies, y eso conlleva criarlas, matarlas y comerlas.

En la época actual, en la zona más desarrollada donde vivimos, esto plantea una gran incongruencia para nuestros hijos, pues los educamos para respetar la vida y los sentimientos de los demás, y estamos llegando a un extremo de humanización (alma incluida) de los seres vivos de lo que nos alimentamos, que empieza a ser complicado ir a la carnicería acompañado de ellos por el impacto emocional que les plantea ver a sus animalitos preferidos, y a veces idolatrados, muertos, pelados y descuartizados, expuestos tras gélidas vitrinas de cristal. Y es que para ellos ciertas secciones del supermercado son lo que para nosotros la Morgue.

A ver, es cierto que un cerdo troceado no es algo agradable de ver, incluso ni para un adulto, pero tampoco creo que sea lógico ni apropiado, que mis hijos me supliquen, cada vez que vamos a la tiendecita de mi barrio, que compre las "Mallas de Caracoles" para llevarlas al campo y poder liberarlos.

La muerte, que está tan unida a la vida, es tratada en la actualidad como un tema tabú en lo que se refiere a los niños, y en nuestro afán de protegerlos para evitarles cualquier tipo de trauma, olvidamos que educar no es apartar las piedras del camino para que no tropiecen, sino enseñarles a abrir bien los ojos para que así eviten caer.

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