Hoy no lo vas a conseguir.
<<¡Papá, no lo voy a conseguir nunca! Se lamentaba mi pequeño Eiden lanzando la pelota, tratando de encestar sin apenas llegar al aro.>>
Hoy no lo vas a conseguir pero mañana sí. Detrás de esta frase se esconde toda una filosofía de aprendizaje en el desarrollo intelectual del niño, que sembrará las bases de la iniciativa en el adulto que será. Además, si adoptamos esta manera de pensar, los beneficios serán mutuos.
El problema reside en el reloj: todo se quiere para ya. La felicidad se asocia al éxito final y si existe la menor posibilidad de fracaso, desistimos del intento.
Que hay que enseñar al niño a hacer la cama, “¡pero si aún es muy pequeño, voy a perder media hora y no la va a conseguir hacer!”
Que hay que enseñarlo a atarse los zapatos, “¡pero si yo se los ato en dos segundos y cuando se lo intento explicar se enfada porque no lo consigue!”
Que hay que enseñarle a montar en bicicleta sin los ruedines. “¡Pero si no quiere, dice que tiene miedo y que no lo va a lograr!”
“¡Pero es que para esas cosas tengo que perder mucho tiempo y, aún así, no lo va a conseguir!”
Bueno pues, he aquí el meollo de la cuestión: La razón es la frustración.
La frustración se define como la imposibilidad de satisfacer una necesidad o un deseo, y el sentimiento de tristeza y desilusión que esto provoca. Y desgraciadamente es también la responsable del negativismo, del abandono y del no saber disfrutar del proceso.
Así que... ¡fuera frustración!
“¡Cariño atarse los cordones no es fácil así que hoy vamos a empezar haciendo el primer nudo y el próximo día te enseñaré a sujetar el cordón para empezar a hacer el lazo!” (y pasada una semana ya el niño se ata los cordones).
“¡Cariño ven, ayúdame a hacer la cama. Yo ya la hice pero necesito que alises las sábanas quitando las arrugas deslizando la mano, mira, así, y luego que subas las almohadas y los peluches!”. (Y el niño va familiarizándose con ese trabajo de casa y al pasar unas semanas ya podemos enseñarle a poner la sábana de arriba).
“¡Cariño, enciende/apaga la aspiradora. Ayúdame a recoger el cable. Toma ¿puedes aspiras la cocina mientras yo friego los platos?!”. (Y pasan los meses y llega un momento en el que podemos decir: “Venga hoy tú aspiras la casa y yo friego el suelo”).
Enseñando aprendí a enseñar.
Enseñándoles solo un poquito cada vez, explicándoles que igual hoy no, pero que pronto lo conseguirán, ayuda a superar la frustración, y como nuestros hijos ya han sido advertidos que probablemente hoy no lo logren, si no lo consiguen no se ven abrumados por la desilusión y se quedan con lo bueno, con ¡hoy he llegado hasta aquí yo solo! y con ¡qué bien lo paso aprendiendo cosas con mamá y papá!. Bueno, y no olvidemos la lección magistral de perseverancia que todo esto implica.
Apenas necesitamos un rato para enseñarles un poquito hoy. Mañana otro tanto, y pasado un tiempo lo harán ellos solos sin esfuerzo.
Enseñar a nuestros hijos es estar siempre empezando, más que un hecho es una intención. La casa es de todos y todos contribuimos a realizar el trabajo del hogar aunque sea como hormiguitas.
Una de las peculiaridades de los niños (y aún de más de un adulto), es que tienen mucha imaginación y muy poca paciencia. Imaginación para verse logrando sus propósitos al momento y poca paciencia para aguantar el arduo proceso de aprendizaje que necesitan para llegar a tal fin. Si invertimos veinte segundos en explicarles que probablemente hoy no pero mañana sí, neutralizamos la frustración, evitamos el abandono y fomentamos la constancia: el que resiste gana.
Quizá, si nos hubieran enseñado con esa filosofía desde pequeños, nos plantearíamos, de adultos, empezar muchas más cosas sin miedo al fracaso, concentrándonos en el proceso sin pensar tanto en el resultado, e incluso quién sabe: igual nos atreveríamos a disfrutarlo.
La vida es un “hoy no, quizá mañana” y sin embargo nos enfadamos constantemente cuando no lo conseguimos, olvidándonos de lo más importante que es el transcurso.Y es que la vida es un proceso, no un fin. Al igual que nunca se termina de aprender a tocar un instrumento o hablar un idioma, tampoco se termina de enseñar a quienes más queremos (yo aún continúo aprendiendo de mis padres que con setenta y tantos años siguen dándome lecciones de paciencia y humildad).
“Y hoy probablemente no lo vas a conseguir, quizá mañana” y de repente, mi pequeño, de tan solo cinco años, lanza una vez más la pelota con todas sus fuerzas y encesta. Y entonces sonríe, me mira y me abraza.
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