Estímulos Supernormales
El zoólogo Neerlandés Nicolaas Tinbergen determinó que intensificando las características de los estímulos que perciben los animales (colores más intensos que los que se encuentran en la naturaleza, formas más perfectas, dibujos más saturados,…), se conseguía que reaccionaran de manera más enérgica de lo normal y que sus instintos fuesen más potentes que nunca. Este señor demostró que los estímulos de los animales están preparados para el mundo natural, no para objetos que la tecnología humana puede producir, y a estos estímulos artificiales los llamó “estímulos Supernormales”.
Los seres humanos, como seres vivos, como animales que somos dominados fundamentalmente por instintos primarios (emociones), estamos diseñados para reaccionar a los estímulos que se encuentran en la naturaleza, pero no para los estímulos, cada vez más intensos y exagerados, que la digitalización de las cosas empieza a producir.
Estamos rodeados de estímulos supernormales (dientes cada vez más blancos y simétricos, pechos implantados grandes y firmes, tintes y mechas, pestañas, labios, …), y si hablamos del mundo que vemos a través de las pantallas, el panorama resulta aún peor.
Gracias a programas como “Photoshop”, los cuerpos que vemos en las pantallas no existen. Los paisajes con filtros de “Instagram” ya no son reales. La música que oímos, no es la que reproducen los instrumentos, ni la voz de los cantantes es la original. En la televisión no existen los errores ya que todo es un corta/pega de secuencias retocadas. De hecho apenas hay directos.
Todo se “perfecciona”. Los vídeos son una sucesión de recortes enlazados. La música se descompone casi a nivel atómico y luego se crea la canción sumando uno a uno todos los instrumentos ya rectificados. Consumimos tanta falsedad que cuando vemos a la persona real que idolatramos, nos cuesta creer que en realidad sea ella.
Vivimos a caballo entre dos mundos, uno digital que no existe y uno real que nos decepciona al estar constantemente comparándolo con el anterior.
¿Cómo afectará esto a nuestros hijos? Porque nosotros hemos vivido en la época analógica, pero ellos solo conocen la digital.
La entrada de la computación en todos los ámbitos de la vida va a disparar el número de estímulos supernormales a los que estamos expuestos. Vamos a un mundo donde la línea entre lo virtual y lo real va a desaparecer pues todo lo real se trata digitalmente, se “mejora” eliminando los “defectos e imperfecciones” de lo natural. Y llegará un momento crucial en la vida de nuestros hijos en el que, el que no entienda que la belleza está en los pequeños defectos, estará destinado a vivir una vida de continua decepción, tratando de conseguir unos estándares de perfección que no existen.
Yo creo que aquí los padres, los que crecimos en la era analógica, los que conocemos lo suficiente la vida como para saber distinguir la realidad de la mentira, debemos mostrar a nuestros hijos esos oasis donde, en estado puro, se encuentra la vida real, sin retoques ni filtros, para que entiendan que no pueden confiar en lo que ven a través de las pantallas y que lo único real es lo que se siente cuando se toca a otra persona, cuando te sientas con ella a conversar y cuando descubres que tras este mundo artificial de apariencias y postureos, dentro de cada uno de nosotros, existen las mismas almas con sus mismos miedos y dudas, con sus sueños imposibles, sus múltiples defectos y sus incansables búsquedas de felicidad.
Hay que enseñarles que para encontrar la verdad hay que salir ahí fuera, ir a conciertos y deleitarnos con la pureza de la música, visitar exposiciones para sentir el olor de los lienzos, asistir al teatro, enseñarles a comprar la comida y a cocinarla, absorber la brisa del mar, caminar por el bosque; viajar para conocer y no para presumir.
Hemos de hacer lo posible para que nuestros hijos de hoy; los jóvenes de los próximos años, no sean infelices por sentirse inseguros con sus cuerpos. O que tengan la autoestima por los suelos al no poder tener un Iphone o las zapatillas de moda. Hay que aconsejarles para que se lo piensen bien antes de profanar, hasta el extremo, la divinidad de sus cuerpos con tatuajes, piercings o implantes, solo para sentir que encajan en un mundo fingido. Y evitar que llegue el día en que no sean capaces de soportar una derrota, cegados por la perfección que muestra la red, sin comprender que vivir es una sucesión continua de pequeños errores, haciéndoles ver que así se aprende, así se crece en la vida.
Nunca antes hubo tantos suicidios entre la población joven como ahora: nunca tanta infelicidad.
Ojalá aún estemos a tiempo y podamos mostrarles la verdad antes de que el velo de la irrealidad nuble la inocencia de sus ojos para siempre.
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