Enseñando a escuchar.

 


La sabiduría de las personas no se mide tanto por lo que dicen sino por lo que callan. El sabio primero escucha, luego decide y habla.


Escuchar es leer.

Escuchar es observar los gestos del interlocutor que nos narra una historia, prestar atención a sus tonos de voz cuando imita a la abuelita o al lobo. Advertir las pausas en las comas; los descansos en cada punto y aparte: Aprende mejor a leer el que tuvo una infancia de oyente que el que careció de esa fortuna.


Escuchar es aprender a escribir.

Se aprende a escribir en tanto en cuanto se comprende que cada pausa para respirar, cada cambio de tono, supone un signo de puntuación.


Escuchar es aprender a ver.

Escuchando se aprende a ver, a ir más allá de la simple mirada. A empatizar. A contemplar, como si de un tesoro se tratara, el amor que se esconde tras cada gesto, tras cada una de las arrugas que se forman en la comisura de los labios. Tras los sonidos, tras los silencios. Graves o agudos. Rápidos o lentos.


Y al final... ¿Cómo enseñarles a escuchar a nuestros hijos?

Se les enseña a escuchar hablando con ellos. Hablen con sus hijos. De todo. Siempre.

Cuéntenles vivencias, compartan anhelos, confiesen debilidades. No hay fuente de atención mayor que las historias que tratan sobre nuestros héroes, y para un niño sus héroes son sus padres.


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