El niño y su derecho al tiempo.
-¡Papá espérame!- me dice mi niño pequeño que se ha detenido junto al tronco de un árbol a “rescatar un caracol en apuros”.
-No puedo cariño, tienes que andar tú más deprisa hasta alcanzarnos- le respondo yo que, junto con su hermano, voy caminando hacia el coche a unos metros de distancia-.
-¡Pero papá, ¿por qué no me esperas?!- pregunta mi hijo indignado.
-Lo lamento mucho, Cielo, pero esta es la mísera vida que os vamos a dejar los mayores: una vida que no espera-.
Vivimos tan obsesionados con el dinero que pensamos que todas las cosas importantes de la vida se pueden conseguir o mejorar con un buen fajo de billetes. Cuántas veces hemos oído eso de “el dinero no da la felicidad pero ayuda a conseguirla” cuántas “el dinero no da la felicidad pero calma los nervios” y lo cierto es que existen pocas cosas que no se pueden adquirir con él.
Pero no se engañen, lo más valioso en la vida no es el dinero sino el tiempo.
De nada sirve ser millonario si te diagnostican una enfermedad terminal, de nada trabajar echando horas de sol a sol, para ganar más, a cambio de tirar a la basura raciones enteras del tiempo que conforma tu vida. La infancia de tus hijos es el tiempo que pasamos con ellos... ¿de verdad merece la pena perderse lo mejor de sus años por una nómina más abultada?
En realidad, esta situación, la vivimos todos los días aunque no nos demos cuenta. Es la constante pescadilla que se muerde la cola: invertir más de nuestro tiempo en ganar más, para tener más dinero con que comprar cosas que nos ayuden a hacer aquellas otras cosas que ya no nos da tiempo de hacer, ya que el tiempo con que las hacíamos lo hemos invertido en trabajar más para ganar más .. Jajaja el círculo vicioso de nunca acabar. Objetos como el lavavajillas, la Conga o la Thermomix, nacieron de esta ecuación. Y no olvidar también que de este dilema surgió primero la comida rápida, luego el reparto a domicilio de la comida rápida y bueno, el paso siguiente supongo que será alimentarnos con Herbalife.
Los niños, por la propia naturaleza innata de los seres vivos, se resisten a aceptar la vida relojera en la que vivimos los adultos. Si algo les gusta, si se lo están pasando bien, ¿por qué han de poner fin a ese momento si no les apetece?
“ Mira que hora es y aún no hemos salido”, “Rápido, que nos cierran las puertas del colegio”, “Venga, vamos, que ya están entrando los niños en baloncesto”, “termínate ya el colacao que nos vamos a inglés” , “Vamos sal de la bañera que la cena ya está lista”, “termina ya de cenar que mira qué hora es”, “venga apaga de una vez la luz que mañana hay cole y no hay quien te levante”, … Los adultos somos como relojes sincronizados que solo sabemos decirles a nuestros hijos “tienes de tiempo hasta que la aguja grande llegue aquí” y olvidamos que existen aspectos en el desarrollo de un niño que no se pueden apresurar. No es posible educar tomando atajos. Y completamente inaceptable, el recortarles el tiempo que necesitan para ordenar sus caos internos tras un enfado.
La vida es un tren impetuoso que no espera por nadie. Cada vez más rápido, cada vez más implacable. Va pasando estaciones de largo sin parar en los andenes, por lo que todo aquel que quiera subir ha de hacerlo en marcha. Nunca se detiene. Cada vez va más deprisa. Esto genera un peligro doble: el de no poder correr lo suficiente para alcanzarlo, y el de una vez subido, no tener las fuerzas necesarias para evitar salir disparado.
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