Todo empieza en casa.
Mis dos hijos son celíacos. Yo
no puedo controlar el mundo que les rodea, no puedo evitar que a veces ingieran
trazas de gluten cuando salen fuera, pero sí puedo cuidar que en casa, sus
niveles sean tan bajos, que si se contaminan no llegue a afectarles
demasiado.
Pues lo mismo ocurre con todo
lo demás. No podemos controlar el ambiente que rodea a nuestros hijos y, sí o
sí van a tener contacto con aquello de lo que tratamos de protegerlos.
Ahí fuera está la comida
basura, el sedentarismo de los patinetes eléctricos, las palabrotas y
expresiones malsonantes, el hipnotismo de los móviles, el uso de la mentira a
causa de la envidia, el “te daño porque puedo”, el erigirse como víctima del
sistema en vez de aprovechar las posibilidades que el sistema te da. Ahí fuera,
lejos de casa y del radio de acción de los padres, nuestros hijos flirtearán
con el alcohol y el tabaco. Tendrán su lucha personal con el “no” cuando los
demás digan “si”.
Y es que ahí fuera se encuentra
la vida real, con sus luces y sus sombras. Cruda y despiadada en los extremos
(muy lejos de la primavera constante del
hogar).
Pero aunque no podamos evitar
que se embarren, sí podemos cuidar que en casa, la armadura de su personalidad
sea tan sólida, que si se contaminan no llegue a afectarles demasiado.
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