Educando en el estrés.

 



Yo no regaño a mis hijos cuando escriben “lávalo guarro” en el cristal sucio de un coche (al fin y al cabo, son niños y es normal a su edad), pero sí los corrijo si lo escriben sin acento o sin “v”. 

(A veces la ansiedad del “venga vamos” nos empaña el visor de lo importante) 

¿Hay maneras de educar en el estrés?

   Si: respirando hondo, posponiendo las alecciones para más tarde (con la firme determinación de no dejarlas pasar), sin confundir prioridades, ni olvidar el sentido común (no te voy a gritar para que me hagas caso, si no colaboras y llegamos tarde al cumple de tu amigo, que así sea. Si han surgido cosas que nos retrasan para las clases de baloncesto, pues hoy no vamos y adelantamos lo pendiente).

 

A veces, hay que parar y dejar pasar el tren aunque ello suponga tener que esperar al siguiente: hay cosas importantes que es necesario resolver  y dejar bien atadas antes de continuar el viaje. Nunca resulto bien ese lema de “p'alante a toda costa” . Educar es detenerse y planificar, sin esos requisitos mínimos, no se puede.

 

De vez en cuando, inmersos en la espesa niebla de las prisas, perdemos el norte de lo que realmente importa. Pero al día siguiente vuelve a salir el sol y la mañana amanece de vuelta clara y despejada.

 

Educar es instruir a los demás a ser mejores personas y es un proceso que nunca termina: mientras estamos vivos, no dejamos de aprender, y mientras vivamos no dejaremos de enseñar.

 

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