Ternura y dulzura


 

Ternura en el tono en que hablamos a nuestros pequeños. Dulzura al repetir las palabras o sonidos del bebé.
Ternura en la sonrisa inconsciente al observarlos. En la paciencia que no sabíamos que tuviéramos. En el cuidado con que los sujetamos (ya sea su cabecita cuando recién nacidos o su mano de camino al cole).
Dulzura en el silencio mientras se aguarda a que encuentre las palabras para formar una frase.
Ternura en el consuelo por algo insignificante que para ellos es un mundo.
Dulzura en los te quieros que tiempo atrás éramos incapaces de verbalizar.
Ternura al doblar sus ropitas, al hacer sus camas y recoger juguetes. Al encontrar dibujos perdidos del día de los padres, al contemplar las fotos impresas del bebé que fue.
Dulzura ayudándoles a guardar su diente bajo la almohada o llevando con él vasos de agua para los renos de Papá Noel.
Ternura en los nombres inventados para llamarnos con dulzura.
Dulzura en el aire, ternura en la piel.
No hay amor sin ternura cuando de un niño de trata. Se respira en el ambiente como un perfume inagotable que todo lo envuelve.
Ternura es la estrella que brilla en los ojos de los padres de un bebé.
Ternura es mirarlo y verlo y encontrarlo, y no querer pestañear por miedo a perder un segundo de su ser.

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