Hoy está lloviendo: hoy también se sale.
En los tiempos edulcorados en los que vivimos se hace
difícil enseñar a nuestros hijos los mecanismos de la vida.
Esta realidad de paredes de algodón, inventada a medida,
donde los tenemos interactuando con un mundo que apenas les roza, en vez de
ayudarles a ser autónomos, lo que hace es fomentar su inmadurez. Y esta es la
razón por la que desde hace algunos años empecé a enseñarles en la adversidad.
Que llueve, pues salimos con paraguas y traje de lluvia.
Que hace calor, pues ya buscaremos la sombra caminando
pegaditos a los edificios.
El frío se vence con la ropa adecuada y el viento siempre viene de una sola dirección.
Hemos de sacarlos a la tormenta de vez en cuando porque la vida es un tren que no espera. Y si no les enseñamos eso mientras estamos con ellos, tendrán que aprenderlo solos tras llegar tarde a la estación perdiendo trenes que quizás sean decisivos para el resto de sus vidas.
Se aprende más de la derrota que de las victorias.
Ayer, hablando con los padres de los compañeros de baloncesto de Dáriel, sobre la buena racha de partidos ganados, y que pronto tocaría derrota, les decía que estaría bien que fuera así, que si supiera que siempre iban a ganar no lo hubiera apuntado.
A veces me siento como un maestro Zen instruyendo a mis
pequeños saltamontes: enseñar a pelear la vida es enseñar a soportar sus
envites.
La vida es cíclica, el péndulo no se mantiene por mucho en
el mismo lugar, por lo que, si estáis creciendo en tiempos fáciles, he de enseñaros
a adaptaros a todo aquello que pueda llegar.
Cuando consiga que aprendáis a ser feliz incluso en lo adverso, podré regalaros las alas para que empecéis a volar.
Conocer al enemigo te hace entenderlo y comprender que hasta en los lugares más inhóspitos hay aire para respirar.
Por eso, cuando ya no este, si algun día os preguntan: qué
fue lo que os enseñó vuestro padre, mi legado, vuestra respuesta, ojalá sea:
"me enseñó a luchar contra los demonios cuando me
instan a renunciar".
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