Nuestros hijos son egoístas, egocéntricos, crueles e irascibles.

 



 Los queremos tanto que daríamos la vida por ellos, pero tenemos que aceptar que son unos pequeños salvajes a los que tenemos que educar.  En realidad es de lo más normal, nuestros hijos vienen con esas adaptaciones de fábrica preparados para sobrevivir en el mundo real que no es otro que la naturaleza (nada que ver con la burbuja donde los tenemos), y ahí, solo se mantiene con vida el más egoísta.  No importa cómo de mezquino e insensible se pueda llegar a ser para sobrevivir.  Por eso es tan normal que nuestro pequeño no empatice con los demás cuando los ve llorando, no se le ocurra que los otros pueden querer también esas galletas tan ricas que él come, o que para conseguir ese juguete de colores tan llamativos, valga cualquier método , incluyendo golpear o morder.

También es cierto que cuando nuestros hijos nacen, vienen programados para experimentar esas sensaciones tan complejas que son las emociones y que los llevan a situaciones anímicas que no saben entender.  Pero ahí estamos los padres, tratando de poner orden en ese caos, intentando configurarlos leyendo instrucciones que siempre vienen en otro idioma y tratando de explicarles las cosas con la mímica del ejemplo (empresa complicada cuando, sin darnos cuenta, a veces papá y mamá protagonizamos pataletas incluso peores que las de nuestros propios hijos).

De tanto intentar entenderos, empecé a entenderme.

Cuando somos padres pasamos a la opción de  "Modo Responsable" y en esta forma nuestros instintos de protección se ajustan al límite con un máximo de implicación y paciencia para enseñar, seguido de un afinamiento de la sensibilidad (doy fe de ello, hasta el punto de que ayer, viendo un documental de la dos, tuve que cambiar de canal porque no soportaba ver a los animales cazando las crías de otros para alimentarse).  

Toda esa atención, predisposición y sensibilidad, también repercute en nosotros.  Y es que para ejercer como padres tenemos que parar el ritmo de esta existencia sin pausa tan individual.  Para avanzar en familia hay que hacer un paréntesis y olvidar por un momento la carrera contrarreloj de la vida y centrarnos en lo que en realidad importa, desarrollando nuevos dotes y descubriendo que de tanto esforzarnos por comprender a nuestros hijos para guiarlos de la mejor manera, llegamos a comprendernos también nosotros (al fin y al cabo todos estamos hechos de lo mismo y vivimos en el mismo planeta), descubriendo nuevas facetas, admitiendo errores y corrigiéndonos faltas que hasta ahora no habíamos llegamos a descubrir (o admitir).

Ser padres implican convertirnos en nuestra mejor versión.

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