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Mostrando entradas de agosto, 2021

El dolor de un hijo: la impotencia de un padre

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  Todos los humanos somos seres emocionales. Alegría, miedo, asco, ira, tristeza, son las emociones predominantes entre otras. Pero cuando tu hijo tiene miedo, puedes abrazarlo o encenderle la luz. Puedes calmarlo susurrándole al oído hasta llevarlo lejos de sus fantasmas. Cuando está triste, puedes convertirte en un payaso digno del Circo del Sol. Si está enfadado, se le regala tiempo para que ponga orden entre los restos de su naufragio. Y así, buscando la alternativa idónea para cada momento, se va construyendo su propio barco, se van desplegando sus alas y, las raíces que lo sustentarán cuando vengan huracanes (que vendrán, porque siempre vienen), se harán profundas, abundantes e inquebrantables. Pero… ¿qué hacer con ese sufrimiento físico que a veces les tensa el alma? ¿qué hacer cuando los vemos gritar de dolor? Vacunas, extracciones de sangre, picaduras de insectos o medusas, dolores de estómago, afecciones cutáneas,… Cada vida es única, legítima e intransferible, así ...

La trampa del ratón

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  En esta vida hay que tener las cosas muy claras. Sucede que siempre aparece en tu puerta el vendedor de enciclopedias que te ofrece los 20 tomos a un módico precio y a pagar en cómodos plazos durante años. Siempre la constante llamada de teléfono regalándote un Smartphone e innumerables megas que saben que no vas a consumir. En el caso de nuestros hijos la situación es la misma solo que con otras estrategias comerciales. Ellos se encuentran en la época de “ me creo todo lo que me dicen ”, rodeados de publicidad que encuentran en sus pantallas de manera directa o indirectamente por medio de Tiktokers o Youtubers. Con el tiempo tienen que aprender a estar atentos en un mundo donde nada es lo que parece: ni los que piden en la puerta del supermercado son tan pobres, ni los que conducen ostentosos descapotables son tan ricos. Las apariencias engañan tanto que desorientan y desafían el orden mismo de las cosas. Está el que aun teniendo una familia sana y modélica, un buen empleo y...

La tierra sin techo

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  Los niños tienen que jugar con hormigas, atrapar saltamontes, rescatar caracoles, rodar cochinillas, recoger caracolas y piedras de colores en la playa. Han de jugar con palos, coger margaritas para mamá, llegar a casa con la ropa interior llena de arena y con barro en los zapatos. Tienen que saltar en los charcos, pisar cacas de perro y pelarse las rodillas. Romper zapatos recién comprados, hacer agujeros a los pantalones, teñirse de manchas que no se quitan junto a caramelos derretidos en los bolsillos. Deben de tocar arañas con ramitas, lanzar piedras al agua, dorarse al sol en verano y quemarse los labios en invierno. Han de hacer pis entre arbustos, pisar y arrastrarse por el suelo hasta aprender que la vida empieza fuera, en la tierra sin techo, porque el primer requisito para entender y encajar en el planeta es conocerlo.

Enseñando a escuchar.

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  La sabiduría de las personas no se mide tanto por lo que dicen sino por lo que callan. El sabio primero escucha, luego decide y habla. Escuchar es leer. Escuchar es observar los gestos del interlocutor que nos narra una historia, prestar atención a sus tonos de voz cuando imita a la abuelita o al lobo. Advertir las pausas en las comas; los descansos en cada punto y aparte: Aprende mejor a leer el que tuvo una infancia de oyente que el que careció de esa fortuna. Escuchar es aprender a escribir. Se aprende a escribir en tanto en cuanto se comprende que cada pausa para respirar, cada cambio de tono, supone un signo de puntuación. Escuchar es aprender a ver. Escuchando se aprende a ver, a ir más allá de la simple mirada. A empatizar. A contemplar, como si de un tesoro se tratara, el amor que se esconde tras cada gesto, tras cada una de las arrugas que se forman en la comisura de los labios. Tras los sonidos, tras los silencios. Graves o agudos. Rápidos o lentos. ...