La trampa del ratón

 


En esta vida hay que tener las cosas muy claras. Sucede que siempre aparece en tu puerta el vendedor de enciclopedias que te ofrece los 20 tomos a un módico precio y a pagar en cómodos plazos durante años. Siempre la constante llamada de teléfono regalándote un Smartphone e innumerables megas que saben que no vas a consumir.

En el caso de nuestros hijos la situación es la misma solo que con otras estrategias comerciales. Ellos se encuentran en la época de “me creo todo lo que me dicen”, rodeados de publicidad que encuentran en sus pantallas de manera directa o indirectamente por medio de Tiktokers o Youtubers.

Con el tiempo tienen que aprender a estar atentos en un mundo donde nada es lo que parece: ni los que piden en la puerta del supermercado son tan pobres, ni los que conducen ostentosos descapotables son tan ricos. Las apariencias engañan tanto que desorientan y desafían el orden mismo de las cosas. Está el que aun teniendo una familia sana y modélica, un buen empleo y futuro prometedor, se siente incapaz de ser dichoso. Y el que tras haber fracasado en su matrimonio y encontrarse siempre sin trabajo, está siempre más feliz que una perdiz, viviendo el día a día como si no hubiese un mañana.

Habitamos en un mundo que a los seis o siete años les enseña que no existe el ratoncito Pérez ni Papá Noel, pero que olvida explicarles lo que se esconde detrás de las apariencias. Un mundo que desde pequeños les insta a adornar su pequeña y frágil fachada de cristal hasta convertirla en un muro frío y opaco que los encierra y los hace prisioneros.

Una sociedad que les susurra que con dinero se consigue todo, pero que no les revela que pueden comprar una casa, pero no un hogar. Pueden comprar un reloj de oro, pero no tiempo. Pueden contratar multitud de seguros, pero no pueden comprar seguridad o salud. Con dinero pueden atraer muchas miradas, pero con él no pueden comprar lealtad, honestidad, sinceridad, amor.

Hemos de enseñarles con paciencia que el mundo de ahí fuera no es tan bonito como lo pintan, que sin esfuerzo no hay premio, que solo gana el que resiste y, que por muchos desconocidos que prometan lo contrario, en esta vida sin escrúpulos, solo hay queso gratis en la trampa del ratón y lo demás es solo ruido creado para el despiste.


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