Dientes de leche.

 


A veces caen solos siguiendo el curso de la vida, como las hojas en otoño. Otras, después de un pequeño tirón, ayudados por el ansia y la impaciencia propia de la infancia.

La caída de los dientes no es un ciclo artificial que imponga el ser humano como la mayoría de edad a los dieciocho, sino uno completamente natural que decide cada cuerpo, donde se empieza a deshacer de la necesidad de ser cuidado y se comienza a preparar para la autosuficiencia.


<Y es que mis niños crecen y se desprenden de su plumaje de niñez. Cada diente que cae representa un logro: el primero fue ir al baño solo, el segundo vestirse sin ayuda, el tercero… A veces pienso que vuestros dientes son también los míos, pues cada vez que se os caen, el bebé que fuisteis un día se aleja más de mí. ¡Quién los pudiera retener toda la vida!>


Al ratoncito Pérez le gustan blancos, brillantes. Le encantan los dientes de los niños que ya empezaron a cepillarse ya cuidar su higiene. Adora que le escriban una carta acompañando el tesoro (unas cuantas frases bastan), y luego poderles responder, animándolos a que sigan así, lavándolos y manteniéndolos sanos. El señor Pérez los guarda con mucho cariño, quizá el tiempo pueda llevarse vuestra niñez pero no hará mella (nunca mejor dicho) en sus recuerdos, y más si los mantiene vivos y tangibles con obsequios como esos. Porque si no quiere perder ni un minuto de vuestra infancia mucho menos olvidar ese recuerdo.

El ratoncito Pérez tiene miedo. Teme que os hagáis mayores de repente, sin avisar, con esa urgencia imparable de crecer y crecer tan característica de vuestra edad. Teme que se le pase el tiempo y os transforméis en hombres sin poder entregaros toda la sabiduría que fue adquiriendo durante su vida.

El ratoncito, a veces, se siente así, como un ratón diminuto orquestando unas vidas que pronto le quedarán grande y ya solo podrá, en silencio, quedarse apartado a un lado limitándose a observar. Y es que el tiempo pasa, los niños crecen y los dientes caen.

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