Mi legado
Mi legado no será estar a vuestro lado siempre que me necesitéis, porque ya, a estas alturas, todos sabemos que aunque quiera no va a poder ser.
Mi mayor legado no será dejaros mi casa en herencia o pagaros una carrera universitaria. (Que no digo yo que sea poca cosa, pero es que me niego a ser un simple mecenas).
No será mi legado enseñaros a convencer con contratos de “te lo juro por...” ni a repetir con arrogancia lo que vosotros “sí” mientras los demás “no”.
Y es que mi mayor legado será enseñaros a ser buenas personas, a cuestionaros la vida, a ir más allá del “la tierra gira alrededor del sol” que os enseñan en el cole, sino a preguntaros qué pasaría si no girara.
Mi legado será vuestro estilo, vuestra manera de caminar, pisando firme, sí, pero sin aplastar margaritas, sabiendo que para coger los frutos del árbol no hay que arrancar las ramas: primero se elige la manzana madura, luego se tira de ella. Solo dos pasos, en ese orden.
Mi legado será enseñaros a ser personas de “te doy mi palabra” y que todo el mundo sepa que ni aunque se unan en vuestra contra los elementos vais a quebrantar esa ley.
Enseñaros a ser constantes, pacientes, a resistir cuando el propósito lo valga y a aceptar las derrotas con la elegancia del que sabe que en la vida, si se sabe mirar, hasta de los fracasos más grandes brotan pequeños triunfos.
Mi legado, ese, no lo veréis nunca envuelto en papel de regalo en forma de monedas o timbres del Estado, porque el honor, la templanza y la honradez, no se arrancan a tirones cuando las raíces son insondables.
Y mi legado, desde lo más profundo de mi corazón, no lo siento obligación mas sí propósito. No os lo marco a hierro sino que os lo soplo por encima de vuestras cabezas y me quedo a observar la manera en que se os posa sobre los hombros, como los copos blancos de las primeras nieves en la madrugada.
Que mi legado sea la materia de la que se nutran vuestras almas como aguas de deshielo bajando en calma.
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