Lugares
La Tierra está llena de rincones extraordinarios. Paisajes de ensueño, monumentos insólitos, naturaleza cuya vitalidad nunca deja de sorprendernos:
¡Hay tanto por ver en el mundo que una vida entera no alcanza ni para empezar!
Pero también hay lugares muy concretos llenos de energía donde se destila más amor por metro cuadrado que en ningún otro espacio. Puntos que curiosamente se encuentran en nuestro entorno y son focos cotidianos de alegría y bienestar. Las puertas del colegio, la zona de llegadas del aeropuerto, los alrededores de la cuna de un recién nacido, …estos lares son para el espíritu algo así como butacas de terapia emocional, arrecifes de cariño, invernaderos de afecto. Son gasolineras de carga positiva. Farmacias dedicadas a sanar el alma. Son lugares que deberían aparecer más a menudo en cada guía turística personal con el calificativo de visita obligada.
Estaría bien poder llenar las redes de vídeos de reencuentros. Hacer concursos de abrazos. Crear bancos de imágenes donde, las miradas que lo dicen todo, fueran las que hablen.
Yo tengo un lugar de esos en un rincón de mi corazón. Las paredes son de colores vivos y el suelo entre mullido y acolchado. Por doquier cuelgan momentos espontáneos de mis hijos. Retratos captados en modo panorámico con la reflex de mis ojos. Situaciones que marcaron un antes y un después: porque los niños no crecen según las muescas de altura que se marcan junto a la puerta de su habitación, los niños crecen de acuerdo a lo que consiguen por sí solos. Cada individualidad, por muy pequeña que sea, para ellos es un triunfo, un logro y una oportunidad para enseñarles a sentirse orgullosos. Aquí la foto del pequeño peinándose sin mojarse las mangas, allí el mayor preparando su tostada. Sonriendo tras dientes caídos o concentrados atándose los zapatos. Una disculpa mirándote a los ojos, un intentarlo de nuevo tras varios fracasos. Pasos y peldaños, dados y subidos siempre hacia delante.
Hay días en los que el gris del cielo y el cansancio acumulado dilapidan los ánimos. El aire se antoja plomizo con tintes ocres, y la sombra del abatimiento nos alcanza traspasándonos la piel hasta mezclarse con la sangre. Sangre que queda triste y sin brillo, lenta y pastosa. Mate y pesada.
Y en esos días, como llevado de la mano innata de un profundo instinto de supervivencia, yo preparo mochilas, lleno cantimploras, caliento agua para un buen termo de café y emprendo el camino de visita a mi Santuario. Me adentro paso a paso hasta llegar a ese lugar oculto de mi corazón donde recorro despacio las salas de mi museo de lo bueno, deteniéndome en cada detalle reparador con que llenar alforjas para volver cargado de polvo de vida.
Y es que, sin saberlo, sois la fuente cristalina de donde mana la esencia de mi ser.
Ojalá nunca olvide el camino que me lleva hacia vosotros.
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