El mensaje

 


Hace ya algunos años (de hecho, bastantes), cuando mi edad rondaba los catorce, me apunté a un equipo de voleibol que había en mi pueblo. 

Dos tardes por semana, durante hora y media, iba al polideportivo de Olvera a entrenar. Recuerdo que por aquel entonces tenía, además de bastante altura, un cuerpo hábil y atlético que me permitía destacar en cualquier disciplina. 

Y también recuerdo que el entrenador, como si “me la hubiera jurado”, no dejaba de gritarme en todo el tiempo que duraba cada entreno. 

Me costaba disfrutar del deporte, llegaba a casa angustiado, en la pista siempre estaba tenso intentando no cometer ningún error, a sabiendas que en todo momento era observado. 

Hasta que una tarde no pude más y le grité que me dejara en paz, que había más compañeros, que por qué siempre me estaba regañando. 

Y entonces, muy calmado, me echó el brazo sobre los hombros, me alejó un poco de los demás, y me dijo al oído: “ Cristóbal te corrijo tanto porque, de aquí, tú eres el único que puede llegar a algo”.

 

En la vida, como padres, como entrenadores y preparadores que somos de nuestros hijos, a veces olvidamos que enseñar no es solo corregir. Enseñar también es alabar y explicar cuánto tienen de buenos, para que puedan comprender que, el mensaje no es “te regaño porque lo haces mal”, sino

“te dedico mi tiempo porque me importas y porque sé que aún lo puedes hacer mejor”.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Tercero de primaria. Ocho años.

Que no decidan por ti

Una salud de hierro