La cajita de los secretos.

 

   Todo el mundo atesora una cajita de secretos. La guarda en la alcoba, en la mesita de noche, encima de la repisa o, sin ir más lejos, en la cabeza. Es muy simple, tan sencillo como que todos tenemos algún hecho oculto que queremos silenciar. Puede ser por vergüenza, por envidia, por grandeza o por miedo al qué puedan pensar, pero siempre hay algo escondido de lo que no nos atrevemos o de lo que no podemos deshacernos.

Aunque los secretos que nos reservamos pueden ser infinitos, en el caso de los adultos habitualmente son de una diversidad ridícula, escasa y repetitiva.

Sin embargo, si hablamos de niños, o sea; de nuestros hijos, ahí la cosa cambia. Nunca se sabe qué te puedes encontrar en la caja de los secretos de un niño, pues poseen tanta imaginación, tanta inocencia, tal agudeza visual, que les permite dar importancia a los hechos más insignificantes.

Anoche, cuando estábamos tumbados en la cama disfrutando de la complicidad que brinda el momento previo al apagado de la luz. Cuando ya papá te había leído uno de los cinco cuentos que sacamos de la biblioteca infantil y que siempre entregamos a destiempo. Entonces, justo entonces, la conversación nos llevó a la palabra “secreto” y   Fue ahí cuando me confesaste que tenías una caja donde escondías algunas cosas.

Supongo que, era tan fuerte la emoción de compartir, que me preguntaste “¿te la enseño?” (en un tono que más que una pregunta parecía una súplica), y, tras el “Claro Cariño”de mi respuesta calmada, saltaste de la cama con la liviandad de un resorte a rebuscar entre los estantes de la pared. Al rato apareciste con un pequeño cofre de madera (que sin no mal recuerdo algún día albergó un regalo de los que hacía a mamá tiempo atrás en nuestros años de noviazgo), y empezaste a sacar cuatro objetos que para ti desde luego eran de los más especial.

.- Un trocito de plastilina con brillantina de la clase del señor Pilar, que casualmente olvidaste en tu bolsillo.

.- El manillar del quad de “Sam el bombero”, por si aparece ese juguete perdido para poder montar a Sam sin que se caiga al saltar por las rocas.

.- Un trozo de imán con el que te enseñé a hacer magia moviéndolo por debajo de un papel sobre el que colocamos un clips.

.- Y una canica violeta, el color que más te gusta, en la que, si miramos de cerca, podremos ver que en su interior hay una flor parecida a una rosa.

Me mostraste todos y cada uno de ellos con los ojos encendidos, emocionados, como el que exhibe un tesoro . “¡Guauuu! Que chulo cariño. ¡Me encanta tu cajita de los secretos! Vamos, guárdala de nuevo que no se pierda nada” te dije devolviendo tu entusiasmo.

Más tarde, a oscuras, mientras oía cómo tu respiración se hacía cada vez más profunda, no pude evitar pensar en mi baúl de los errores, en mi cofre de las vergüenzas, en mi arca de las impotencias y en esa maleta vieja que viene conmigo a todas partes, tan repleta que a veces me cuesta cerrarla, y que alberga todos mis miedos. 

Y sentí la necesidad de hacerme la inevitable pregunta de si algún día seré capaz de mostrarte, dándote ejemplo de humildad, mi más profunda y oculta cajita de los secretos.

 


Comentarios

Entradas populares de este blog

Tercero de primaria. Ocho años.

Que no decidan por ti

Una salud de hierro